martes, 9 de diciembre de 2014

En la costa suiza

En un pueblo de allá por la costa suiza,
–ohé, ohé–,
un viejo pescador,
borrachín, tranquilo, sin dar la paliza
a nadie de su alrededor,
pretendía vivir a su manera,
que era:
salir a pescar
y pescar
boquerón, calamar,
o alguna ballenita
–que también las da el mar–
y después regresar
con la frente marchita,
como dice el cantar
que se suele volver.
Y vender el pescado en la lonja,
boquerón, calamar,
una esponja
–que también las da el mar–,
y cobrar
lo que hubiera ganado
al vender el pescado.
Y marcharse a gastar
lo que hubiera cobrado,
en comer
y en comprar
cuanto es menester
poseer.
E invitar a beber
y beber hasta el anochecer.
Y arrojar lo que hubiera sobrado
del dinero cobrado,
arrojárselo al mar,
devolver.
Devolverle el dinero.
Y cada amanecer
empezar desde cero.

Pero muchos vecinos denunciáronle al pobre
–ohé, ohé–
por contaminar.
Que sus pocas monedas, sus “vertidos de
cobre”,
ponían perdidito el mar.
Y no pudo vivir a su manera,
que era:
salir a pescar
y pescar
boquerón, calamar,
o alguna ballenita
–que también las da el mar–.
Y después regresar
con la frente marchita,
como dice el cantar
que se debe volver.
Y vender el pescado en la lonja,
boquerón, calamar,
una esponja
–que también las da el mar–.
Y cobrar
lo que hubiera ganado
al vender el pescado.
Y marcharse a gastar
lo que hubiera cobrado,
en comer
y en comprar
cuanto es menester
poseer.
E invitar a beber
y beber hasta el anochecer.
Y arrojar lo que hubiera sobrado
del dinero cobrado,
arrojárselo al mar,
devolver.
Devolverle el dinero.
Y cada amanecer
empezar desde cero.


Javier Krahe

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