lunes, 15 de septiembre de 2014

Eleusis

A Hölderlin

En torno a mí, en mí, la calma habita --la gente atareada,
nunca sin apuro, duerme, me da la libertad y la musa. Gracias a ti,
 ¡Oh, noche!, liberadora mía. Con blanco lino de niebla
cubre la luna la incierta frontera
de los cerros lejanos; amiga, parpadea
la clara franja del lago allá.
El recuerdo se aleja del monótono ruido del día,
como si hubiera años entre eso y el ahora.
Ante mí se presenta tu imagen, querido,
y el placer de los días que han huido; (pero) de ellos
quedan las dulces esperanzas de volverse a ver –
Ya se me dibuja la escena del abrazo fogoso,
largamente anhelado; luego la escena de las preguntas,
el intercambio de miradas que indagan secretos,
aquello que con el tiempo ha cambiado, acaso,
en el porte, la expresión y las maneras del amigo, --
la certeza gozosa de encontrar más firme,
más madura aún la vieja alianza
que ningún compromiso vence , la alianza
de vivir sólo la libre verdad, y nunca, nunca
en paz con el dogma que rige la opinión y la sensación.
Ahora negocia con la pesada realidad el deseo
Que sobre los montes y los ríos me lleva ligero a ti,
Sí, su litigio anuncia pronto un suspiro, y con él
Se escapa el sueño de dulces fantasías.
Mis ojos se elevan hasta el arco del cielo eterno,
Hacia ti, ¡oh brillante astro de la noche!
Y todos los deseos, todas las esperanzas
olvidadas emanan en torrente de tu eternidad;
(El sentido se pierde en lo aparente,
lo que llamé ‘yo’ desaparece,
me entrego a lo inconmensurable,
yo soy eso, soy todo, soy sólo eso.
Extrañado de los pensamientos que retornan,
Él teme ante lo infinito y, colmado de asmobro,
No capta la profundidad de esta intuición.
Al sentido se acerca fantasiosamente lo eterno
Que se traza con dibujos) – ¡Bienvenidas
Las altas sombras y su intocable espíritu,
De cuyas estrellas reluce la plenitud!
No me atemoriza, --siento que es también mi lugar el éter
De severidad, de brillo, que las rodea.
Ah! Saltan ahora por sí mismas las puertas de tu divino reino,
¡Oh Ceres, que reinaste en Eleusis!
Embriagado de entusiasmo me sentiría ahora
El espectador de tu presencia,
Entendería tus revelaciones,
Comprendería el alto sentido de las imágenes, escucharía
Los himnos dibujados junto a los dioses,
La suprema sentencia de tu consejo.-
Tus aulas han callado, ¡oh diosa!
¡De los altares consagrados ha huido
El círculo de los dioses, de vuelta al Olimpo,
Ha huido de la profanada tumba de la humanidad,
Ha huido del genio la inocencia al que ella ha embrujado!
Calla la sabiduría de tus sacerdotes; no hay tono de consagración
Que se haya salvado para nosotros – y en vano busca
La curiosidad del investigador algo más que amor
A la sabiduría (ella posee al buscador y
te venera) –[solo] para dominarla ¡ellos te entierran con palabras
que fueron impresas en tu alto sentido!
¡En vano! Sólo atrapan un poco de polvo y ceniza
adonde no regresará nunca tu vida.
Sí, ¡bajo la podredumbre y la desolación se sienten todavía
Los muertos eternos! -- los saciados—inútilmente— no queda
signo de tus fiestas, ninguna huella de tu imagen.
Para el iniciado fueron muchas las altas enseñanzas,
Demasiado sagrado lo profundo del sentimiento inexpresable,
Como para que lo valoraran sus signos secos.
Ya el pensamiento no atrapa el alma,
El alma que, sumida en el castigo de la infinitud
Fuera del espacio y del tiempo, se olvida y recobra, despierta, de nuevo
La consciencia. Quien quisiera hablar a otros de esto,
Hablaría en la lengua de los ángeles, sentiría la pobreza de las palabras.
Él temería, cuando lo sagrado ha sido tenido en el pensar por tan poco,
Cuando se le ha hecho tan pequeño, que el discurso le parezca pecado
Y que, vivo, cierre la boca.
Lo que el consagrado se prohíbe a sí mismo, lo prohíbe
Una sabia ley a los espíritus pobres, que no han de hacerse proclamas
De lo que en la sagrada noche se ha visto, oído, sentido:
Que su molesto ruido no perturba a los mejores
En sus plegarias, su parloteo hueco
no despierta la ira de lo sagrado, y no ha pisado
Tanto el excremento como para confiar
Lo sagrado a la memoria, --que no es para
ser juguete y útil del sofista,
que lo vende por óbolos,
ni para el saco del hipócrita sabihondo ni (tampoco)
para la vara del joven feliz, y sería tan vacío
al final, que sólo tendría raíces su vida en el eco
de lenguas ajenas.
Tus hijos, diosa, avaros, no portan
Tu honor en callejas y mercados, lo atesoran
En el reino interior de su pecho.
Por eso no viviste tú en su boca.
Su vida te honró. En sus hechos vives todavía.
También esta noche te percibo, deidad sagrada,
Que a menudo te revelas a mí en la vida de tus hijos,
¡Te presiento a menudo como el alma de sus hechos!
Eres el pleno sentido, la creencia confiable,
esa que, deidad al fin, aunque todo se hunda, nunca se tambalea.


Georg Wilhelm Friedrich Hegel

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