domingo, 10 de agosto de 2014

La muerte del papagayo


¡Murió mi papagayo!
Llorad, aves del cielo,
Al hijo docto y gayo
Del remoto indo suelo.
Con voces plañideras
Dadle, abatida el ala,
Vuelta en luto la gala,
Las honras postrimeras.

Grande fué, mas añeja
La causa es de tu llanto,
¡Oh Filomela! déja
De recordarla tanto.
Tus gemidos convierte
Que escucha el bosque umbrío,
Del papagayo mío
A lamentar la muerte.

Aves, cuantas la esfera
Cruzáis, llorad ahora;

Pero tú la primera,
Tórtola amante, llora:
Él en dulce recreo
Vivió siempre contigo:
No fué mejor amigo
Oreste ni Teseo.

Mas ¿qué contra la muerte
Pudo, mísero, aquella
Fidelidad valerte?
¿Qué el amor de mi bella?
Es inflexible el hado;
Llega el fatal momento,
¡Y caes, ornamento
Del ejército alado!

Con tu rosáceo pico
El múrice afrentaras;
Con tu plumaje rico
Las esmeraldas raras.
Con tu lengua el sonido
Que hubieses escuchado,
Volvíasle imitado
Engañando el oído.

Apenas un momento
Que del habla al cultivo
Negases, al sustento
Lo dabas fugitivo;

Pues era solamente
Alguna nuez tu vianda,
Y adormidera blanda,
Con agita de la fuente.

De la paz bendecida
Dulce amador parlero,
Te arrebató la vida
Tiro de Envidia artero.
¡Y estos así perecen,
Mientras las pendencieras
Codornices en fieras
Batallas envejecen!

¡Y, nuncio de aguacero,
Vive el grajo; el milano,
Que amenazante y fiero
Gira en el éter vano;
El buitre, que de presa
En pos hambriento vaga;
Y la corneja aciaga
Siglos morir ve ilesa!

Que es ley indeficiente
En toda la natura,
Que acabe lo excelente
Mientras lo inútil dura.
Burlón Tersites mira
Rota la hueste aquea;
Y Paris lozanea
Mientras Héctor espira.


Lleváronse los vientos
Los votos de mi amada;
Sus votos, sus lamentos,
De muerte al ver postrada
Al ave peregrina
Que con voz lastimera
Habló por vez postrera
Diciendo: "¡Adiós, Corina!"

En el Elíseo existe
Opaco un bosque: el suelo
De hierba y flores viste
Inmortal arroyuelo.
Ni á pájaros da entrada
O inmundos ó inclementes,
Que es de aves inocentes
Pacífica morada.

Allí en concordia suma,
Fénices vividores,
Cisnes de blanca pluma:
El pavón sus colores
Despliega campeando,
Y la paloma tierna
Sus ósculos alterna
Con el arrullo blando.

Entre ellos recibido
El papagayo ahora,
Empieza agradecido
A hablar de su señora;


Y el vulgo circunstante,
Atónito ó atento,
Oye su claro acento
Al nuestro semejante.

Su cuerpo ya reposa
Inanimado y leve;
Le cubre exigua losa,
Es su epitafio breve:
"Del reino de la Aurora
Vine, asombro á la gente;
Más que ave fuí elocuente
Corina fiel me llora."

Ovidio

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