viernes, 22 de agosto de 2014

A Hércules

Hundido en el sueño de la infancia,
yacía yo como el mineral en su ganga.
te doy gracias, oh noble Hércules,
por haber hecho de aquel niño un hombre.
Puedo en adelante pretender un tono regio,
y de los nubarrones de mi juventud
surgen vigorosos actos, firmes
como los destellos del hijo de Kronos.

Como el águila incita a sus pequeños
desde que una chispa se alumbra en sus ojos
a seguirla en sus audaces vuelos
a través del jubiloso Éter,
así tu me sacas de mi cuna infantil,
de la mesa, de la casa paterna,
arrastrándome al calor de sus luchas,
oh poderoso semidiós.

¿Acaso creías que el estrépito de tu carro de combate
resonaría en vano en mis oídos?
El peso de los trabajos que asumías
exaltaba cada vez más mi alma.
Claro, tu discípulo pagó un precio por seguirte,
tus rayos, astro orgulloso,
hicieron una quemadura en mi corazón,
pero no lo han consumido.

A ti, audaz nadador, te formaron
las altas potencias divinas, y así afrontaste
todo el oleaje de tu destino,
pero a mí, ¿quién me preparó para la victoria?
¿Quién, pues, impulsó al huérfano
sentado entonces en la sala sombría,
a este colmo de grandeza divina
a tomarte como modelo?

¿Qué fuerza se apoderó de mí, arrancándome
al enjambre de mis compañero de juego?
¿Qué fuerzas llevó a las ramas del arbusto
a levantarse hacia el Éter luminoso?
Nunca la mano solícita de un jardinero
tomó a su cargo mi joven vida,
y sólo por mi propio esfuerzo
alcé los ojos y crecí hacia el cielo.

¡Hijo de Zeus! Mira, vengo a ponerme
a tu lado, con rubor.
Puesto que el Olimpo es tu conquista,
ven a compartirla conmigo.
Si, es verdad que nací mortal,
pero mi alma se ha prometido
la inmortalidad.

Friedrich Hölderlin

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