viernes, 2 de mayo de 2014

¡ÓYEME BIEN!


¡Óyeme bien, maldito poderoso!
No quieras condenar al pobre obrero
a ser un miserable, un andrajoso,
aunque lo veas tranquilo y silencioso
sabe luchar para ganar dinero.

Su familia no ha de vivir a oscuras,
ha de tener en su casa un buen cobijo
que pueda proteger sus noches duras,
que no haya de buscar para sus hijos
en los cubos de todas las basuras.

Recuerda que su pico y su azadón
no son solo herramientas de trabajo,
son también un poder de persuasión.
No quieras provocar que con un tajo
les sirva tu cabeza de balón.

El ayudó a alzarse tu morada
cuando era obrero de la construcción,
y puede hacer, con solo una llamada,
cuando la casa esté deshabitada
provocar su entera destrucción.




No le sigas quitando cuanto tiene.
No embargues sus enseres y su vida.
Recuérdalo, cuando veas como viene
a dejar tu morada destruida
después de despojarle de sus vienes.

Se iguala tu postura a un usurero
que vive disfrutando su grandeza
del trabajo constante del obrero.
No quieras condenarlo a la pobreza;
que el hambre puede ser mal consejero.

Recuerda que si el hambre es insufrible
faltando de comer a su familia
su respuesta será también horrible,
y si no halla salida a su vigilia
pensara en la venganza más terrible.

¡Dirigentes y banqueros poderosos
pensarlo bien antes de machacarlos
no vayáis a sentiros pesarosos!
¡Que es posible que no podáis pararlos
cuando pasen de sumisos a rabiosos!

Fernando Ríos


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