viernes, 24 de enero de 2014

El viejo y el sol

En memoria de V. Aleixandre
Es tibio lo que se cuenta
en un banco cualquiera,
como la misma tarde
o el silencio que se impone
hasta que se sienta al lado:
                viejo aéreo, arrugado
(en caso de que arrugado signifique
haber vivido tanto como para llamarlo mucho)
                viejo curvo
(“los años pesan más de lo que ahora puedes concebir”
me dirá luego).
La luz que se le acerca es recelosa
        (huele a viejo)
pero acaba por cuajarle en los pliegues,
aunque nadie parezca querer darse cuenta de ello.
Yo soy más receloso que la luz:
parece a punto de desmoronarse,
si le dirijo la palabra
a lo mejor quiebra sin remedio,
esparciendo aleatoriamente sus añicos
como un juguete en manos de un niño pequeño
        (además huele mucho a viejo).
De repente estamos hablando,
creo que un cigarro como toque en la puerta;
        y el viejo ya no parece tan frágil.
Las grietas se endurecen
conforme vuelca las palabras, se vuelve
núcleo intacto, pulido,
bloque ajeno al ciclo de lo vivo;
el viejo toma forma al perderla, consistencia
a través del recuerdo, cañaveral combado en el limo.
El viejo vomita luz por entre todo lo que antes fue musgo seco,
geoinflamado
        en una tarde
                en un banco cualquiera
        (ya ni siquiera huele a viejo,
                no huele a nada).
Lo abandono prendido de luz,
con la mirada tersa de un niño que ha descubierto
cómo unir las palabras, tan completo
que ya está de sobra mi presencia.

Y allí se queda,
luminoso, fanal de vida,
abrasando todo el espacio que lo circunda
por impacto entre lo grávido y su carne,
aunque nadie parezca querer darse cuenta de ello.
Luis Fuente

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