lunes, 26 de marzo de 2012

Una muerte

     Con la muerte se le borró el acento. Se le apagó la voz, con la muerte se esfumaron sus palabras.

     Con la muerte la vida enroscada en la carne blanca tornó en aire, soplando como brisa suave, navegando por casualidad con bocas extrañas.
   
     Con la muerte el brillo de sus ojos se tiñó de aceite espeso, como el aire húmedo y pesado que queda dentro del ataud. Las estampas amarillas, tan fuertemente almacenadas, se vuelven polvo y arena prendidos en la toga de la pétrea mujer.
     Con aquella muerte se borraba esa vida. Con esa muerte se enfriaba esta gélida sonrisa. Con esta muerte quedaba grabada aquella vida.
     Con su muerte pasó a la atemporalidad, pasó a la eterna existencia. Con su muerte pasó a la inmortalidad.

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