sábado, 18 de febrero de 2012

El rastro de Mnemosine


Alcman, they say, called her big-eyed, 
since we see the past by our thinking. 
Walk in, to a Ticino alp's
wild strawberry midsummer,
see the blues flit, conjure up

a young Russian with a net.
Elsewhere, by lamplight,
one you loved can look

at the old photos and say
"you smile like your father,
he also wore a cap."

The way lit up in '53,
two young men just willing
a model into being. Walk,

toward them, past a monk
tending peas, on to stains,
agar plates and centrifuges,

come, walk by the light
of signals from within, past
x-shaped diffraction patterns;

on, past '53, heady
with the logic of splice
and heal, the profligate

wonder of polymerases,
into denominable bounty,
down this biochemical

rope trick of a molecule,
its rings' sticky signposts
tied to a backbone (chain,

chain, chain, she sings)
run -- of sugars, unsweet,
and phosphate triads.

There, there's memory's lair,
the inexpungable trail
of every enzyme that worked,

and those that did but
for a while, every affair
the senses had with a niche,

the genes turned off
as we came out of water,
what worked, what nearly killed --

the insinuating virus, code
immured in coiled softness,
coopted symbiotes. Move,

for here wiggling and collision
gauge shape, down necklaces
of meaning interrupted

by stutters, the ons, offs,
intent, a tinkerer's means.
Roald Hoffmann
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La de los ojos grandes, dicen que la llamó Alcman, 
ya que vemos el pasado a través de nuestro pensamiento. 
Camina hacia el pleno verano
de fresas silvestres en un alpe Ticino,
ve los azules parpadear, haz surgir

un joven ruso con una red.
En otro lugar, a la luz de la lámpara,
alguien a quien amaste puede mirar

las viejas fotografías y decir
«sonríes como tu padre,
él también llevaba una gorra.»

El camino se iluminó en el 53,
dos hombres jóvenes crearon un modelo
con la fuerza de su deseo. Camina,
 
hacia ellos, pasado un monje
que cuida guisantes, continúa
con tintes, placas de agar y centrífugas,

ven, camina bajo la luz
de las señales internas, más allá
de los patrones de difracción en X,

adelante, más allá del 53, ebrio
con la lógica de empalmar
y sanar, la maravilla

libertina de las polimerasas,
dentro de la bonanza designable,
por este bioquímico truco

cordelero de molécula,
los adhesivos postes indicadores
de sus anillos ligados a un espinazo (cadena,

cadena, cadena, canta ella)
tramo de azúcares, no dulces,
y tríadas de fosfatos.

Allí está el cubil de la memoria,
del rastro imborrable
de cada enzima que funcionó,

y de aquellas que lo hicieron
aunque sólo por un tiempo, cada asunto
que tuvieron los sentidos con un sitio,

los genes desconectados
cuando salimos del agua,
lo que funcionaba, lo que casi nos mató-

el virus insinuante, clave
inmersa en rizada suavidad,
reclutados simbiontes. Muévete,

por aquí coleteo y colisión calibran
la forma, a lo largo de collares
de significado interrumpido

por tartamudeos, los encendidos, los apagados,
la intención, medios de hojalatero
para funcionar (eso se nos escapa),

adelante, a la diferencia, vida terrenal,
sus dendritas generando al azar
a la baya y a ti, a la mariposa

que alumbra en la tierra desgarrada
en Srebenice y Złoczów,
que vuela al alejado lugar

que el amor obstinadamente elige.
Un alpe... está para ser escalado;
ellos lo hicieron, nuestros artesanos

hélicos del medio siglo. Pero oh, un alpe
es también el dulce hombro
de una montaña, ese prado

que alcanza la línea de nieve, el lugar
donde los hombres apacientan el ganado, descansan,
suben más alto. Un alpe es trébol, 

un lugar para alimentar, y contemplar
otro azul, ahora del morning
glory el abrazo enrollado y

la escalada. La palabra canta en el alpe
y la fosfatasa alcalina
y en el ADN, en matizado estribillo;

a este lado de la memoria, de un mundo
que fue; y de uno que será.
Roald Hoffmann

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